Publio Aelio Adriano (76-138), aun en mayor medida que Trajano, representa la consolidación de la dinastía Aelia y el poder del Partido Hispano en Roma, pero también el milagro de conjugar cuatro elementos capaces de arruinar cualquier imperio: un alma atormentada, un talento excepcional, una personalidad avasalladora y una idea fatalista y melancólica del mundo. Para algunos es el emperador más imporatante de Roma. Se le ha considerado el precursor del despotismo ilustrado, pero al lado de Adriano los reyes europeos del siglo XVIII no pasan de tiranos alfabetizados.
Era sobrino del emperador, que lo adoptó al quedar huérfano, pero u personalidad era muy distinta y le resultaba detestable a Trajano. La elección de Adriano como sucesor se debe a la emperatriz Plotina, que lo incorporó a la familia casándolo con una sobrina carnal, la gaditana Vibia Sabina. Era una belleza fría, discreta, adecuadapara un hombre tan brillante como complicado. Según algunas fuentes turbias, como Dión de Casio, Adriano fue amante de la esposa de Trajano, captándose así su favor, pero en la Roma del siglo II la primiscuidad sexual era demasiado corriente para resultar decisiva.
Todavía se discute si Adriano nació en Itálica o en Roma. En todo caso el enrizamiento familiar en Hispania era tan fuerte y la romanización de los hispnos tan acreditada que al cumplir los 15 años Adriano marchó de Roma a la Bética para estudiar en Córdoba, Itálica y Gades. No se trataba de recibir una formación localista. Más aún que en Roma, en Hispania se adoraba a Grecia, cuna del SAber y no del Poder. Las lecturas de Lucano, Marcial, Quintiliano y, sobre todo, Séneca, condujeron a Adriano a los estoicos, en especial a Epiteto. Pero su apego a las letras no fue mayor que a las ciencias, en esepcial las que servían a la ingeniería y a la arquitectura.
Su devoción por Atenas era tan grande que le pusieron el apodo de
El Grieguito (
Graeculus). Se dejó barba, pero no para imitar a Pericles sino para ocultar una piel picada y unas manchas azulencas.
Era grande, rubio y membrudo, como Trajano. Y fue uno de los grandes colaboradores en su ascenso al poder. Cuando el Partido Hispano colocó a Nerva para facilitar el ascenso de Trajano, que se aguardó con sus tropas en Garmania, el joven Adriano y su cuñado Severiano, casado con su única hermana Domitia Paulina, le escoltaban al frente de las tropas de Germania Superior y Panonia. El artífice de estos nombramientos fue Licinio Sura, que pese a algunas diferencias con Trajano volvió a intgrarse en la maquinaria política y militar del Partido Hispano en la conquista de laDacia. Adriano combatió allí a las órdenes de Trajano y con Licinio Sura como jefe de Estado Mayor.
Cuando en 117 llegó a emperador, cambió, sin embargo, la política militar de Trajano. Salvo la Dacia, no conservó ninguna de sus conquistas_ hizo retroceder la frontera oriental al Tigris, volvió a la política de estados satélites o bajo control, como Armenia y Partia, impulsó un gran plan de fortificaciones en las fronteras exteriores e intriores del Imperio, amplió o restauró toda la red de comunicaciones terrestres y marítimas, reformó la burocracia incorporando a los caballeros (
equites) a la Administración provincial y profesionalizó los rangos superiores del ejército. Pero la clave de su política de saneamiento fue una reforma fiscal con dos pilares: privatización de grandes extensiones ararias del Imperio para crear muchos pequeños propietarios y mejora de la explitación y administración del monopolio imperial de minas.
Fue la época de oro de las
liberalidades, donaciones de grandes familiar en forma de templos, calzadas, acueductos, teatros, circos, hospitales, orfanatos, escuelas y subsidios económicos. Adrano continuó la política de liberacón de esclavos, reformó el régimen laboral de los gremios, aumentó el número de escuelas gratuitas para los pobres y eliminó los impuestos de los maestros. Trazó él mismo grandes obras públicas, entre las que destacan el Panteón -la mayor bóveda del mundo, con cuyo bronce se fundió siglos más tarde el baldaquino de San Pedro y más de 100 cañones- y su tumba del castillo de Sant Angelo, a la que se llegaba por el puente Aelio.
Adriano fue a Trajano lo que Augusto a César. Les difirenciaba la pasión viajera, que llevó a Adriano a estar continuamente de visita por todo el Imperio. Apenas paró en Roma, cosa que nunca le perdonaron en la Urbe: al morir, el Senado le negó los sacrificios que le correspondían como divinidad y sólo la insistencia de su sucesor Antonio, desde entonces llamado Pío, convenció a los humillados romanos.
Se demoró especialmente en Grecia pero no descuidó su solar nativo. La época de Adriano es la auténtica Edad de Oro de Hispania. Se renuevan las calzadas; el comercio bético vive, gracias al
garum (base de la salazón), el aceite, el vino y los productos frescos (una lechuga llegaba de Cádiz a Roma en apenas una semana), en la opulencia; la urbanización avanza tanto en la Península que reclutar trabajo hasta en el valle del Duero. Pero Adriano logra convencerlos y las legiones hispanas, (de
hispaniarum vasconum, de
hispaniarum asturum et callacaeorum) frenan a los moros en Mauritania. Abundan las monedas de homenaje al
exercitum hispaniarum, a Hércules, divinidad hispana por excelencia, y al propio Adriano, denominado
Restaurator Hispaniae. ¿Por defenderla del peligro africano? ¿Por reconocer políticamente su unidad? Lo cierto es que fue el primero en cambiar el término tradicional
Hispanias por el de
Hispania. Y aquí le erigieron más monumentos que a cualquier emperador.
Creó a orillas del Guadalquivir la nueva y magnífica Itálica. En Egipto se enamoró del joven Antinoo, a quien seguramente proyectó adoptar y hacer emperador. El conflicto entre su pasión y su razón lo resolvió el joven ahogándose en el río y Adriano pasó suúltimos años como alma en pena. Un día, concluída ya su tumba, el filósofo Eufrates le pidió permkiso para suicidarse. El decidió seguir su ejemplo, pero nadie quiso ayudarle. Su médico se suicidó para no obedecerle; su criado tiró el puñal y huyó. Entonces se resignó a esperar su fin. Poco antes de morir escribió este breve y famosísimo poema: «Almica que me huye tan delgada,/ vieja amiga del cuerpo en que vivía,/ ¿a qué lugar ahora está llamada,/ paliducha, desnuda, tan helada/ tú, que aún ayer fundabas mi alegría?».